"Han taladrado mis manos y mis pies, puedo contar todos mis huesos" (Sal 21 [22], 17-18). Se cumplen las palabras del profeta. Comienza la ejecución. Los golpes de los soldados aplastan contra el madero de la cruz las manos y los pies del condenado. En las muñecas de las manos, los clavos penetran con fuerza. Esos clavos sostendrán al condenado entre los indescriptibles tormentos de la agonía. En su cuerpo y en su espíritu de gran sensibilidad, Cristo sufre lo indecible.
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Junto a él son crucificados dos verdaderos malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Se cumple así la profecía: "con los rebeldes fue contado".
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¿Cómo explicar que, generación tras generación, esta terrible visión haya atraído a una multitud incontable de personas, que han hecho de la cruz el distintivo de su fe? ¿De hombres y mujeres que durante siglos han vivido y dado la vida mirando este signo?
Cristo atrae desde la cruz con la fuerza del amor, del Amor divino, que ha llegado hasta el don total de sí mismo; del Amor infinito, que en la cruz ha levantado de la tierra el peso del cuerpo de Cristo, para contrarrestar el peso de la culpa antigua; del Amor ilimitado, que ha colmado toda ausencia de amor y ha permitido que el hombre nuevamente encuentre refugio entre los brazos del Padre misericordioso.
¡Que Cristo elevado en la cruz nos atraiga también a nosotros, hombres y mujeres del nuevo milenio! Bajo la sombra de la cruz, "vivimos en el amor como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma"
COMENTARIO
ES LA ANTECEDENCIA DE JESUS PARA SER CRUCIFICADO EN LA CRUZ DONDE AHI MORIRA
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